
Ese día todos tuvieron miedo. Las luces y juegos pirotécnicos no parecían más que una de las típicas celebraciones decembrinas o las fiestas del maíz que año tras año se realizan en aquel municipio alejado de la capital. No era diciembre ni mitad de año, era un día común y corriente en el que los oficios cotidianos se llevaban a cabo como siempre.
Onzaga es un pueblo pequeño ubicado en el sur de Santander, limita con el departamento de Boyacá; razón por la cual hay costumbres de las dos partes. Los rostros son distinguidos entre sí y, como dice el dicho, «pueblo chico, infierno grande». Los chismes y rumores corren como el viento fresco por las estrechas calles empedradas de la “tierruca linda”, como le suelen llamar. Pero en ese tiempo no era fácil llegar allí y menos para las personas uniformadas. Los grupos al margen de la ley acechaban y prácticamente tenían dominados a una gran parte de los pueblitos de Santander.
Era 7 de mayo de 1997, el sol relucía como nunca. Algunos habitantes viajaban desde las veredas hasta la plaza central para poder hacer compras o diligencias en el único banco que hay: el Agrario de Colombia.
En Onzaga ya estaba anunciado. Nadie se atrevía a decirlo ni mucho menos a creerlo, en ese pueblo tan tranquilo no podían existir más novedades que los chimes de los personajes más populares. Evelio, un campesino medio loquito más conocido como el ‘Chirajas’, apareció esa tarde gritando por todas las callejuelas onzagueñas «¡se van a meter, se van a meter mano!” y las personas que se encontraban allí se dedicaron a regar el rumor, como era de esperarse.
No sé si creyeron del todo en lo que dijo Evelio, pero lo cierto es que a las 6:00pm, era la celebración de la Eucaristía y era costumbre, por ser un pueblo tan devoto asistir a diario. Las luces y pólvora empezaron a estallar. Varios señores de traje verde, pañoletas de rojo con negro y metralletas se apoderaron de la iglesia. Los feligreses se agacharon mientras los tiroteos se intercambiaban. El temor más grande del pueblo se hizo realidad, el Ejército de Liberación Nacional (E.L.N) se había «metido», como el loquito Evelio lo dijo en horas más tempranas.

Pronto detonó un cilindro bomba en la Alcaldía Municipal. Los gritos desesperados no eran más que ecos que nadie en el país escucharía. Doce policías luchando contra una gallada de guerrilleros que llegaban en grandes camiones y disparaban sin cesar. Allí fue donde murió Aristóbulo Sandoval. Y no sólo él. De hecho mucha gente murió.
Aristóbulo vivía en la finca La Plazuela, un patrimonio histórico del pueblo, por ser la más vieja de aquel lugar. Cada mañana el campesino se levantaba junto a su esposa Emma Saavedra a ordeñar las vacas, sembrar maíz y cocinar para los obreros que les ayudaban en los quehaceres pesados de la finca. Ellos tenían hijos, pero todos ya estaban organizados con sus parejas y vivían en la capital.
Ese atardecer del 7 de mayo, Emma le dijo a su marido que no iría a misa, pues escuchó lo que Evelio y otros más habían dicho sobre una «toma». Ella tenía mucho miedo, pero él le contestó; “mija qué se va a poner a creer en cuentos, yo sí voy al pueblo a comprar harina de maíz para el desayuno de mañana”. Y así fue como Aristóbulo se encontró la muerte en el momento menos indicado y con las personas menos esperadas. Al salir de la tienda de don Laureano, a las 6: 29 pm un balazo de gracia le cayó en la frente y lo dejó sin vida inmediatamente. Su cuerpo cayó junto a su bolsa negra con harina, diagonal a la iglesia, y así mismo cayeron muchos cuerpos inocentes en medio de una guerra que parecía no tener fin.
Ya era la 1:30 am del 8 de mayo, y la lucha continuaba. El helicóptero fantasma de la policía logró llegar cerca de las 2:00 am. Emma no hacía más que elevar oraciones al Señor de los Milagros. Pronto los disparos dejaron de sonar. Al día siguiente cuerpos de guerrilleros, policías y civiles estaban tirados por todo el lugar. La mancha de sangre marcó profundamente a la “tierruca” y, por supuesto, a Emma, al encontrar a su marido sin vida.
Han transcurrido veintidós años desde los sucesos de ese amargo día. Onzaga aún no olvida el pasado, año tras año se conmemora la muerte de las personas de aquel 7 de mayo, con una misa y una procesión con velitas. A pesar del Acuerdo de Paz, firmado en 2016, los rumores sobre una nueva toma no se dejan de oír. Desafortunadamente los pueblos pequeños no son escuchados ni muchos menos tenidos en cuenta, pues ni el gobierno ni el ejército hacen nada por ellos.
Cuando camino por la plaza principal, veo los huecos de algunos tiros que siguen incrustados en la pared en la Estación de Policía y en la iglesia. Bajo a la finca La Plazuela. Emma está realizando las labores que solía hacer con Aristóbulo, pero esta vez y desde hace 22 años, sola. Cada vez que regreso a Bogotá recuerdo su rostro de lleno de melancolía despidiéndose mientras la observo por el vidrio detrás del bus, hasta que la nube de polvo hace que desaparezca en la carretera de trocha. Esa es la imagen que siempre llevo conmigo.
La cronica está bonita amor, no solo escribes bonito, además de ello trasmites desde tus letras esas ganas de seguir leyendo.
Que buen relato princess muy bueno desde el comienzo dan ganas de leerlo completo y cada palabra dan ganas de leer hasta el final te felicito 😍😘💖💖♥️