Saliendo del ático: no entres en pánico

Ahí viene el Pibe Valderrama. Ese fue el apodo que marcó mi niñez mucho tiempo y por el cual odié por primera vez mis rizos; así solían llamarme por tener el cabello rubio y crespo; eso generó muchas inseguridades con tan solo 5 o 6 años. Siempre fui muy tímida y cualquier comentario que considerara desagradable aumentaba mis inseguridades de forma significativa.

Recuerdo que en el colegio también tuve apodos y fueron más amables: “Monis crespos”, “Ricitos de oro”, “Rulitos doing doing”; sin embargo, a veces arreglar mi cabello resultaba algo tedioso. Solía, la mayor parte del tiempo, recogerlo para verme “peinada”. Luego, mis aliados eran el gel o gelatina, la clave perfecta para mantener los crespos tiesos y sin frizz.

También recuerdo que mi influencer crespa fue mi tía Yaneth. Ella me enseñó a peinarme en la ducha, a usar peines de cerdas gruesas, especiales para crespas; me enseñó a aplicarme crema para peinar y me enseñó el famoso scrunch.

La era de la plancha

Llegando a la adolescencia, siempre admiraba a mis amigas de cabello liso, qué fácil era llevarlo, hacerle peinados o simplemente llevarlo suelto; en cambio, para mí era más complicado porque, sin gel o gelatina, me veía “esponjada”. Incluso desenredarlo era tan complicado que, una vez, como a mis 14 años, mi prima Marle tuvo que hacer una osadía para desenredar dos bolas enormes de pelo que tenía enredadas, porque yo no me desenredaba bien el cabello.

Así pasaron los años, el colegio, la universidad, pero yo añoraba mi cabello liso. Ahorré para comprar una plancha y me alisaba cada que podía; me sentía apoteósica, arreglada y elegante… Mi abuelita Emma siempre me decía que no le gustaba cómo me veía lisa; daba una sensación de que me veía “mayor”. Pero yo amaba mi cabello liso; además, al no tener que aplicarle productos, el color se veía más clarito.

Hace unos doce años, estaba el boom de las keratinas y, cansada de tener que dar plancha cada 3 o 4 días, decidí hacerme mi primer alisado permanente. Prometía cabello 100% liso, puntas cerradas, más brillo y nutrición; para esa época, en la que ya estaba en el mundo laboral, definitivamente no me sentía a gusto con mis crespos; me sentía constantemente desarreglada y fea.

Mafe y yo , en el colegio.

Así fue pasando el tiempo. Me volví dependiente de la keratina; odiaba que cada 3 o 4 meses empezara a salir la raíz y, de todas maneras, debía seguir usando la plancha para que no se notara hasta la próxima ida a la peluquería. No sé en qué momento pasaron doce años haciendo lo mismo: iba cada 6 meses a alisarme el cabello; rara vez se me pasaba por la cabeza volver a ser crespa; a veces solo pensaba si iba a hacerlo toda la vida; pero no desarrollaba mucho la idea y, más bien, seguía ahorrando para la siguiente aplicación.

La pregunta que me cambió

Hasta que un día de este año fui a un evento familiar y decidí ir con el cabello natural. Tenía pereza de usar la plancha y me fui así: raíz crespa asomándose y lo demás liso. La novia de mi primo me hizo un comentario que revolucionó mi mente:
—¿Vas a volver al mundo curly?
—No creo; solo me dejé así por hoy, me hace falta retoque —le respondí.

A partir de ese día, resonó la idea de volver a ser crespa. Estaba en la encrucijada entre volver a hacer otra keratina o definitivamente dejar mi cabello natural; pues, para ese momento, ya llevaba, sin darme cuenta, 7 meses de transición. Sinceramente, como mi ideal no era volver a la crespitud, no tenía ni idea de que había tantas mujeres en este proceso y, mucho menos, sabía de las novedades y artefactos que hoy en día existen para llevar los crespos más lindos.

Llevar doble textura, ¡aburrido!

Empecé a ver videos y testimonios. Comencé a tratar a mi cabello como cabello crespo, tuve algunas charlas con mis primas curly —en mi caso, tengo varias por parte de mamá y por parte de papá—; ellas fueron y son fuerza para mí, porque unas de ellas hicieron transición y hoy están felices de poder llevar el cabello natural.

Después de un tiempo de pensar —sí, no, sí, no, sí—, tomé la decisión y empecé a cortar progresivamente esas puntas lisas que, por años de químicos, no iban a encresparse jamás.

Big chop y aceptación

Hoy en día, corté por completo las puntas lisas y estoy dejando mi cabello ser; aceptarlo tal y como es. Nunca me imaginé con el cabello corto, después de tenerlo tan liso y tan largo; esta versión de mí es nueva, es diferente. Muchas personas de mi círculo, a las que quiero demasiado, no me conocen crespa. En un tiempo, mi pareja, mis suegros, mis cuñados y mis amigas verán algo que durante años intenté ocultar, porque ni siquiera yo me recuerdo como antes.

Saliendo del ático a veces entro en pánico.

No es fácil dejar tantos años atrás. Cortarse el cabello es también un proceso emocional y, hasta hoy, lo entiendo. Tal vez esta no sea mi mejor versión; tal vez reciba muchos comentarios de que me veía mejor lisa y que me veía mejor con el cabello largo.

La buena noticia es que el cabello crece, y que lo hará mientras yo crezco y sigo en mi proceso de aceptación. Hoy quiero abrazar a esa niña de 5 años a la que le dolía que le dijeran Pibe; la abrazo con amor y le digo que todo estará bien… Esto es lo que quiero transmitirle a mi pequeña Violetta, que pronto cumplirá dos años.

Por último no pienso caer en rutinas de mil horas, un montón de productos y secados eternos; haré lo que dicte mi corazón y dejaré mi naturalidad ser.

Salí del clóset de la crespitud y, sí, me aplaudo por ello.

Si llegaste hasta aquí, gracias por leer.

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8 comentarios de “Saliendo del ático: no entres en pánico”

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