A Emita

Cinco y media de la mañana en la bomba de la 30 con av. primero de mayo, es la cita que acordaba mi padre a sus pasajeros cuando viajaba para la tierruca linda de Santander. El helaje y la madrugada no importaron nunca porque íbamos hacia un destino: visitar a la abuela.

Salíamos por la autopista norte y a las afueras, notábamos incluso con niebla, los paisajes de Cundinamarca y Boyacá. El verde de las montañas son una característica principal de estos departamentos.

Para quienes están acostumbrados a vivir en Bogotá, esta fría ciudad enmarcada por las avanzadas construcciones de los edificios, los ruidos de los carros, de establecimientos comerciales, y en fin, todas las características que tiene la apresurada rutina que se vive a diario en este lugar a causa del complicado transporte de la capital, no será común llegar o escuchar hablar de un sitio en el cual las edificaciones desaparecen y se convierten en un gran paraíso rural: Onzaga.

Este municipio está ubicado en el sur de Santander que limita con tierritas boyacenses y allí, en la casa más antigua del pueblo- La Plazuela– , se encontraba ella: Emita, la hermosa abuela que esperaba con ansias la llegada de sus hijos y sus nietos. Con una sonrisa y un café endulzado con panela hecho en estufa de leña nos recibía, sus manos llenitas de pecas y rellenitas de amor nos entregaban la taza de bebida caliente que nos abrigaba en aquellos abriles lluviosos y de cosechas de maíz.

Nunca aprendí ningún quehacer del campo:  ni ordeñar vacas, ni criar pollos, mucho menos a cocinar con leña, recuerdo que la abuela nos colocaba un oficio especifico y era esparcir el café para ponerlo a secar y poder venderlo más adelante.  La alcahuetería, los abrazos y los chichiqueos siempre estuvieron de nuestro lado, tal vez presumiendo un poco la ternura que demostró demás con sus nietos, que con sus hijos como es natural. Uno que otro regaño, aprender a dejar algunas cosas a su manera incluían también sus enseñanzas; el ir a la eucaristía a las 6:00pm y un mijito, a silbar al monte – cuando estábamos en el monte- era uno de sus quejidos.

La amada plazuela, la amada Ema de la Plazuela cumplió 76 años hace cuatro días. Son tantas palabras para ella, quien hace meses no ve a su tierruca linda, a quien espero que cuando abra sus ojos pueda leerle esto: lo mucho que la amamos, que la extrañamos, que la deseamos con bien. Emita de la plazuela, gracias por tanta vida, tanta abundancia y tanta bondad, a quien deseo con el alma volver a ver sonriendo, en su estufa de leña, haciendo sus envueltos de mazorca y mandando a sus obreros como antaño.

¡Emita, hermosa Emita!, espero volverte a ver, que nos cantes un curucuruñú, que nos vuelvan entregar esas manos un delicioso café y que en esa cocina campesina volvamos a tener esas charlas de noche, con la luna llena y el cielo estrellado en Onzaga Santander.

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